martes, 30 de junio de 2015

SÓLO PORQUE SÍ

El siguiente  poema  fue  muy bien recibido entre  los  alumnos  del  7º - 2014, claro que  no tenían  idea  que era  su profesor quien  lo había  escrito,  a ver  qué  les  parece a  ustedes:



SÓLO PORQUE SÍ

¡Alcemos las copas, mi compadre
Y brindemos tan solo porque sí!
Ya que cualquier motivo es baladí
Si se  tiene alma y si se tiene carne.

Bebamos por el absurdo alarmante
Que chicotea al sabio fome y gris
Por la boca de  labios carmesí
Y  el beso alegre que dura un instante.

Qué más da si el mundo se acaba al fin
Con su queja aburrida e  insoportable
O su sentido escuálido e  improbable

Que la última gana es  estar feliz
Si no tenemos perro que  nos  ladre
 Ni  estamos allá por  estar aquí.


SONETO

Hace  no mucho  escribí  este soneto  a pedido  de  alguien,  lo reciclo  para ustedes



SONETO



Estrictamente hablando, yo la amaba,
Con dolor, con esa pulsión rabiosa,
Con  esa fascinación espantosa
Que a la razón más segura socaba.

Con esa noble emoción le di mi alma
Y con la misma chispa poderosa
Se fue una tarde, distante y hermosa,
Hacia cimas que mi amor no alcanzaba.

Desesperado pensé que  la  vida
Era una broma cruel, un triste juego
Al que debía rendir pleitesía.

Pero el tiempo me  otorgó su consuelo
Diciendo: La memoria nunca  olvida,
Pero el corazón siempre  ama de  nuevo.

lunes, 29 de junio de 2015

HOMENAJE

Hablando  de  una  algo tan bello, tan musical,  cedo al deseo  de  intentarlo:


 HOMENAJE



Te conocí a principios de  un otoño
En las pálidas aulas de  alto techo
De  mi viejo “ Barros  Borgoño”
Cuando una pérdida  me  hería el pecho.

¡Qué impresión me  dieron esos  maestros!
¡Darío, de  la  Vega, Garcilazo!
¡Cómo tan precisos! ¡Cómo tan diestros!
Me  perdí  por  siempre  en tu noble  abrazo.

Ya  no pude  más  que  ceder
Al deseo insaciable de saber
Cuál era de tu estructura el secreto.

Y aunque nunca logré dominarte
Como aprendiz de  tu exigente arte
Este  homenaje  te  rindo, Soneto.

EL ENFRENTAMIENTO

El siguiente  microcuento   me  parece  algo nostálgico, pues  ya  no hay lugares  donde  jugar:

 EL ENFRENTAMIENTO

           Lo tengo frente a mí. Después de  tanto esfuerzo, las  horas  de  largo entrenamiento, de grandes derrotas y pequeños éxitos, finalmente  producían su fruto.  El terrible  y poderoso Uruk-Sain emperador de los hombres  sin rostro, se  dignaba combatir conmigo.  En algunos  segundos pasaron ante  mis  ojos  los viejos enemigos: Vik, el demonio de  aliento gélido; Labrikcor, el reptil de lengua ponzoñosa;  Malibria, cuya  belleza  hechizaba  los sentidos. Tantos y tantos que tuve que  vencer para llegar hasta aquí. Y ahora,  debía derrotar al más  temible de todos.  Lancé  mi mejor  ataque, el rayo de  fuego azul, pero el Emperador lo detuvo con sólo una mano ¿Qué  podré hacer? Le di mi mejor  golpe, y apenas se  movió. Entonces  fue el turno de Uruk-Sain. Primero me dio un puñetazo en el estómago que  me  dejó sin aliento; mi energía se  debilitó; luego  me  lanzó su espantoso rayo paralizador, que  me  dejó ya  sin fuerza; y por  último me cortó en dos venciéndome definitivamente. “GAME OVER” dijo la  máquina.  Pero mi espíritu no había sido quebrantado. Ya vendría mañana  después de  clases para  un nuevo enfrentamiento.

LA IMAGEN

Me encantan  los  microcuentos, así  que  acá  va  uno  de  también  les  gusta a  mis  alumnos y alumnas:




                                                                                   LA IMAGEN


                El Juanjo pasó junto a  Luz Marie cuando iba con los pelusas del barrio a  la  cancha del potrero.  Al pobre siempre le gustó esa  rubia.  La  miraba  y no podía dejar de  pensar  en un bellísimo helado de lúcuma, o en una  cucharada de  la  fresca  miel que  la  mamá  compraba  los  domingos en la  feria.  El estómago se  le  hizo nudo y la  boquita agua.  Los cabros comenzaron a  molestar a  la niña, y al Juanjo  le  dolió  mucho, porque  quería defenderla, pero no podía. Si eres parte de un grupo no tienes más  remedio que  mantener  una  imagen, por  más que vaya contra los sentimientos. Uno tiene  que  ser “alguien en quien confiar”.  Por eso cuando  el Perro Luis le preguntó: ¿Cómo encontrai a la Luz?  Juanjo sólo podía responder: Terrible e’  fea.

A SANTO TOMÁS DE AQUINO

El  siguiente   soneto lo  escribí  hace   rato en homenaje  a  un  querido teólogo y  filósofo  al que  admiro muchísimo.


        SANTO  TOMÁS DE  AQUINO



Tomás de Aquino, querido buey mudo,
Humilde portavoz de  lo divino;
Rompes la duda mostrando el camino
Allí donde otro jamás pudo.

Que  no negaste, más bien distinguiste
Y tras  la  huella de Dios, anhelante,
En las  bases del Ser fundante
A sin fin de preguntas respondiste.

¡Cuanta fuerza en la humildad de tu luz!
¡Cuánta paz al presentar tu argumento!
¡Cuánta prudencia, respeto y amor!

Que Cristo, por tus palabras contento
Te ofreció: ¿Qué  deseas? Pero tú
Presto dijiste: ¡Sólo a Ti, Señor!

domingo, 28 de junio de 2015

LOS GUERREROS DE RECOLETA

El Siguiente  cuento lo escribí para  un concurso. Ni me pescaron,  tal vez  a  ustedes les  guste.
Para  los  que  vivimos  en Santiago de  Chile, las  experiencias  de  nuestro sistemas  de  transporte es similar  a  las  vicisitudes de   que  podría  sufrir un personaje  de  videojuego en los  tenebrosos recovecos de  la  locura  digital. Lo más  aterrador  es  que  el cuento  se  basa  en un  hecho real. ¡Adelante!



LOS GUERREROS DE  RECOLETA



  Entonces subieron al bus. Tres verdaderos colosos (bueno, no tanto),  dignos de la versión chilena de “Los Guerreros del Bronx”. Cancelaron sus  pasajes en el validador Bip, traspasaron  el torniquete e  iniciaron  la  travesía  por el largo pasillo de la oruga  del Transantiago, recorrido 203, justo frente a la estación del metro  “Zapadores”.  Vestían  poleras  negras, en cuyo pecho se  podían distinguir inextricables figuras dantescas;  llevaban  gafas  oscuras, aunque hace rato que se había puesto el sol; llevaban muñequeras con brillantes  pinchos,  acompañados rítmicamente junto a las pesadas botas de construcción que también rielaban con la luz artificial del bus.  Nadie les habló, nadie  se interpuso en su camino, pero todos  los  seguían con ojos  llenos  de  impresión  y  miedo.  Llegaron  a  tres  asientos vacíos  al fondo, y allí,  sincronizados,  tomaron asiento  sin decir   palabra. Y ahí  se  quedaron.
            No voy a  mentir,  lo cierto es  que  gente  así,  me   provoca entre  admiración y risa (bueno, no tanta). Todo el histrionismo de  la  situación no dejaba  de tener algo de  televisivo, como si de pronto alguien me dijera que sólo se  trataba de una cámara escondida.  En todo caso, yo no era  el único  que  se  sentía entre fascinado e incómodo,  un murmullo  comenzó a  llenar  la  atmósfera, como si todos los demás  pasajeros estuvieran compartiendo sus impresiones  y temores  acerca de estos seres salidos de alguna película de John Carpenter.       No faltó el niño  que  preguntó:
            - Mami, ¿quiénes  son ellos?
            - ¡Shhh!, no los  mire, m’hijito. Son gente  loca.
            Pero no fue sino hasta dos paraderos  más  allá  que  todo cobró sentido. Subieron al bus unos tipos claramente cargados al alcohol:
            - ¿A quién cresta se le ocurre poner estas leseras? – uno  de  ellos  inició  la  tétrica  obra  refiriéndose a  los  torniquetes.
            - ¿A  los  mismos que echaron a  andar  estos  buses de porquería?
            El operador trató, pero no pudo darse  a  respetar:
            - Oye, tienen que  pasar  la tarjeta.
            - ¿Y qué  te  metí vo’,  agilao? ¡Vo’ conduce  no más,  si al final la  plata  te  llega  igual!
            El que parecía ser el líder de los tres indeseables,   pasó por debajo  del torniquete. Los  otros,  a  duras  penas, lo imitaron.
            - Esta  chorrá  va  llena – dijo  el  líder –. No vamos  a  conseguir  asiento.
            - No importa, total, nos  bajamos  luego.
            - ¿Cómo luego?  – dijo  el tercero - ¡Hay  que  llegar  hasta  Vespucio con Santa  Rosa!
            Avanzaron a  tropezones   hasta  el medio de  la  oruga,  una  especie  de   tambo  en el que  te detienes  para  tomar  aliento y luego seguir  hasta  el fondo.
            - ¡Esta  lesera  está  más  fome!.
            - ¡Cantemos  una  huevá, entonces! – la  propuesta dibujó un rictus  en el rostro de la gente.
            - Señores  pasajeros, - dijo  el  que tenía  pinta  de estar más sobrio -  con mis  compañeros  estamos  un poco  faltos  de  plata  y  además  esta  micro está  más  fome  que  la  cresta,  así  que  los  vamos a deleitar  con música.
            Una risa siniestra,  propia de torturadores,  emergió  por la  garganta  de  aquellos  seres  en los  que se  adivinaba una humanidad ya pretérita. El bus  de  pronto frenó y uno  de  ellos   perdió  el equilibrio  yendo a caer sobre una hermosa  jovencita de  veintialgos que sentada,  fingía  no  estar  atenta.
            - La suertecita  suya,  mi amor, que  le caí del cielo.
            En su locura, la bestia trató  de  besar a la  joven.  Ella sólo atinó a empujarlo hasta que  se lo sacó de encima, llamándolo de la manera más fuerte que  encontró:
            - ¡Infeliz!
            Pero el monstruo, ya  de  pie,  se  unió a su  jauría, para iniciar  el acto supremo  de  maldad que  tenían  planeado. A estas  alturas  de  la  travesía ya nos  sabíamos  abandonados  a  la  Providencia   y varios, contándome,  nos  pusimos  a   recitar  las  sagradas  oraciones  que nos  acordábamos. Incluso, el que  iba  a  mi lado, dijo para sí:
            - ¡Hasta  cuándo durará  este  infierno!
            Fue  cuando comenzó:
            - ¡Cantemos  todos: Ha  pasado mucho  tiempo, mucho tiempo,  desde  que  te  dejé  llorando en la  alameda-  la  otrora  bella  canción  de  Emanuel,  corroída   y deformada  por  el  al ácido tufo de  aquellos   trasgos   maldicientes,  penetró  por nuestros  oídos destruyendo  no pocas secciones  auditivas - ¡Ha  pasado mucho tiempo, mucho tiempo, desde  que  yo besé  tus  labios  a  la  fuerza! – Estoy seguro  que  las víctimas, sobretodo los  más  jóvenes, cuando escuchan  esta  melodía, rememoran  con comprensible espanto, estos  momentos de  horror.  
            La  demencia  prosiguió:
            -  ...pero este  terco corazón no te  olvida, no te  olvida, aunque  te  encuentre  un nuevo amor, cada  día  cada  día…
            - Ya  mucho – dijo el líder – esta  canción es  muy agilá.
            De  pronto,  un suspiro de  bondad creímos   ver  cuando  tocaron el  botón  del timbre  para  bajar. En efecto, el bus, abrió sus  puertas y las  bestias se bajaron… para  luego entrar  enseguida con rostro llenos  de  enfermiza  alegría:
            - Señores  pasajeros,  somos  payasitos  de  la  calle…
            - Y los  vamos  a  mandar  a  todos…
            - A la salva  sea  la  parte...
            Festejaron con carcajadas  simiescas  aquella  humorada  discutible,  construida de alusiones  familiares  y mala rima.
              - ¡Uy, pero si acá viene  mi polola! – se  refería  a  la misma  jovencita que antes  ultrajara,  y ahora,  aterrorizada , no atinaba  ni a  bajarse del vehículo ¿Qué  maldad  estarían  dispuestos  a hacerle si se atrevía a apearse?  -  ¿Me  echó de menos, mi amor? – Y  aquel ser  tolkieniano, comenzó a ofrecerle pestilentes ósculos  con   pervertida  fruición.
            Los orcos  rieron.
            - ¡¡Ya  déjenla!!
            ¿De quién era aquella masculina  voz? ¿De qué cruzado, tras santa misión, el espíritu protector del sexo fuerte logró manifestarse  al fin  con decidida autoridad? ¿Sería que  yo…?  No, no  era  yo. Cuando todos,  incluidos los  facinerosos,  dirigimos  la  vista   hacia  el origen  de la  réplica, vimos,  como un personaje  sacado de  las  viejas  leyendas, como un  joven  dios de  nórdicas  mitologías, a un churumbel  de apenas  9 años que, flacucho y soberbio, los  miraba de  pie  sobre  uno  de  los  asientos:
            - ¿Por qué  no  se  bajan? – tronó la  voz  justiciera de  aquel  infante  vengador - ¿les  gustaría  que  a  ustedes  les…
            Pero el héroe  no logró terminar  ya que  la  que  parecía  ser  su madre  censuró  su arrojo  de  valentía, por  más  justificada  que   fuera  la  situación:
            - ¡Cállate  y siéntate!
            La  bestia   mayor preguntó con voz   ensordecedora:
            - ¿Alguien  más?
            Como sólo  le  respondió  el silencio, volvieron  a  reírse,  pero esta  vez saltando  y empujando a  todos  los  pasajeros  que  tenían cerca.
            Los cinco minutos siguientes fue una loca orgía de burlas y gritos. Las  víctimas fuimos todos: operador, pasajeros,  nuestras  familias,  el gobierno,  las  calles; niños y ancianos presentes no podían más que soportar con temor y vergüenza la avalancha infinita de insultos, burlas y disparates. Las más  perjudicadas fueron las mujeres, quienes tuvieron que aguantar las grotescas  insinuaciones de aquellas criaturas de pesadilla. Nada podíamos esperar del operador, nada podíamos esperar de la seguridad pública ¿es que Dios nos había  dejado solos?
            De repente, los colosos, quienes se mantuvieron durante todo el recorrido mudos e indiferentes, sincronizados se pusieron de pie y caminaron hacia la tercera puerta del bus oruga, lugar en que se desarrollaban las mil y una tropelía de aquellos malvivientes.  Éstos los vieron acercarse, y satisfechos de su propia  impunidad comenzaron a dirigirles extraños insultos:
            - A ver, a ver los  góticos estragóticos – risa desaforada.
            - Los terminator al peo – más risa desaforada
            - Los trambólicos – aún más risa.
            Los  colosos les dieron la espalda, esperando que el bus se detuviera para  bajarse. Mientras, los hijos del caos continuaban  con su ingenioso florilegio de  insultos:
            - A  ver  los draculones – todavía  más  risa.
            - A ver  los Generación Perdida – todavía  aún más  risa.
            - A  ver  los chupacabrones  al peo – y…   risa.
              El bus  se  detuvo, las  puertas  se  abrieron… y  en un acto divino, con una  sincronía robótica, con una  fuerza sólo posible para seres que son más  que   meros santiaguinos,  los  colosos agarraron a los malditos por sus ropas y los  lanzaron fuera del vehículo justo  para  estrellarse  contra  una  toma de agua,  un banquito de madera y más allá la gruesa pared de  un kiosco.  Los indeseables  no tuvieron tiempo ni de reaccionar o de recuperarse cuando las puertas del bus  se cerraron y  partió.
            Al interior se hizo un silencio cargado de  energía  y emoción.  El más  bajito de  los  tres colosos dijo:
            - ¡Eso era  todo!
            Y una lluvia de aplausos irrumpió en ese diminuto espacio. El niño  censurado por su madre salió de su asiento y corrió para abrazarlos; la bella  joven   manoseada  se  acercó a  los tres  y los  besó con  agradecimiento; todo el público, de  pie, se regocijaba por el triunfo del bien  sobre el mal. Yo mismo me  acerqué y les di un fuerte apretón de manos  al que  ellos respondieron con igual  respeto (bueno, no tanto).  Sin embargo, la  humildad se impone en el poderoso, y como aquel general romano que  llamado para  combatir  por el Imperio contra  los salvajes, luego del triunfo vuelve  a la quietud de  su vacada, aquellos guerreros regresaron en estricto silencio a sus asientos,  que  ocuparon  con su inalterable  sincronía.
            Y allí estaban, mudos y pétreos, cuando me bajé, todavía rodeados de  algarabías y parabienes. Cuando descendía les lancé  una última mirada y pensé:


            -  Yo podría ser como ellos… bueno, no tanto.