viernes, 29 de julio de 2016

LA MELODÍA

Encontré el siguiente  cuento  en un CD de  respaldo, perdido  entre  otros artilugios. A ver qué  les  parece.


LA MELODÍA

  








1
           El caso de Andrés Samaniego es como aquellos que uno los ve después convertido en documental.  El pianista más grande desde Arrau.  La promesa para un Chile que ya no tenía mucho que ofrecer al mundo.  Al menos todavía tenemos las muchas grabaciones en vivo y en estudio que dejó para la posteridad, incluso tenemos su bello piano, el mismo que lo acompañó desde la infancia, donde tomó sus primeras lecciones, y en el cual, según dicen lo que pasó aquella noche durante su último concierto, tocó aquellas notas que lo llevaron al límite de lo humano.


            Samaniego era un buen hombre, hijo menor de una familia de cuatro hermanos, fue el que más satisfacciones dio a la pareja de campesinos.  Su amado Chillán, tierra de artistas, le otorgó el don maravilloso que habita en sus fecundas tierras.  Se decía que desde pequeño le llamaban el “List de América”, pues siempre tuvo esa facilidad para hacer posible lo imposible.  Samaniego era al teclado lo que Paganini al violín.  ¡Oh qué satisfacción para los que pudieron gozarse desde los infantiles ocho años con aquellos temas que sólo los más grandes podían ejecutar! Hasta el mismo Roberto Bravo, poco antes de su muerte lo aplaudió como “aquél más poderoso que yo”.  Ganador de todas las becas, solicitado por todos los conservatorios, reconocido por todos los críticos, grabado por todos los sellos, se le auguraba una madurez segura, magnífica, preciosa, llena de las más grandes realizaciones.  Resultó ser, además, un dedicado estudioso, no confiaba únicamente en su talento natural, por el contrario, lo cultivaba celosamente, como el artista que era, que se da cuenta que tiene una responsabilidad con toda la humanidad.  Siempre se consideró poseedor de un regalo de Dios, y él no era más que el medio, y por tanto debía protegerlo, madurarlo y difundirlo.


            Así, con todo ese potencial, destacó también como escritor, siendo su tema favorito la recuperación de aquellos compositores que por su escasa producción, por ideas incorrectamente políticas, o por desavenencias con el gusto de la moda, se olvidaron entre antologías rebuscadas, añosas y perdidas.  Sentía, por cierto, una predilección por los pianistas, que además de rescatar sus nombres de la insoportable ignorancia, recuperaba para la humanidad, como un tesoro escondido, sus melodías que él ejecutaba con inimitable belleza.  Precisamente cada año, Andrés publicaba sus descubrimientos y nunca le faltaron interesados en grabar por el mismo intérprete las obras de aquellos geniales compositores del pasado.  Obligados eran los conciertos por todo el mundo donde siempre se renovaba además de, por supuesto, cumplir con los gustos generales y dar su propia versión de los clásicos queridos y conocidos por todos. 


            De esta manera Andrés Samaniego conoció a “Aberto De Lucca”.  Como siempre, perdido en las polvorientas bibliotecas de Europa, el chileno más de una vez descubría los nombres de los viejos artistas, y luego revolvía media cultura occidental para encontrar siquiera vestigio de sus composiciones.  En efecto así encontró las cuatro únicas obras de De Lucca.   De la historia de este italiano del siglo XIX sólo se sabe que estudió en Turín y que rechazó toda la enseñanza que le dieron, afirmando que él esperaba componer una producción sin parangón y sin paralelo.  La idea era crear sin influencias de nadie.  Y para Samaniego, el rebelde Aberto lo habría logrado.  Lo que hacía muy complicada la historia del italiano era su extraña desaparición de los círculos de arte y de los diferentes archivos.  Es más, no había noticia de su deceso.  Pero para un hombre de espíritu libre, sus creaciones lo mantienen con vida mientras halla alguien que exista para gozarse en sus inspiraciones.  La obra de De Lucca era sencillamente una locura inusual e infinita, Cada una representaba siglos de avance en las posibilidades interpretativas.  Con diáfanas cadencias, cromáticos acentos, disparatados ritmos.  “La Sonata de la Luz”, primera obra del compositor, era un imposible derroche de genialidad.  “El Nocturno de Dos Rostros”, torre poderosa de disciplina.  “Los Caminos de Asís”, testimonio de una fe conflictuada, pero sincera.  Y por última, la mejor, la más increíble, la más perfecta, la más difícil, capaz de elidir al intérprete más decidido ”El Corredor”.  Sí una galaxia de placer y de pureza.  Una tormenta de sentimientos y a la vez, una desastrosa decepción, ya que era la única de las cuatro que estaba inconclusa.   En efecto, la obra se oía tan bien, encendía tantas memorias, motivaba tantos abrazos y tantas fiestas, impulsaba los corazones a las realizaciones más decididamente complejas, y cuando el espíritu estaba dispuesto a abrazar la fiesta de esperanzas y de pasiones que estallaban en el espíritu...  el silencio.  Nada.  No había continuación.  No había nada por donde se pudiera avanzar.


            La ambición y el atrevimiento eran demasiado grandes como para no imbuirse del talento y espíritu de De Lucca, y la tentación de terminar la obra del desaparecido pianista italiano fue demasiado grande como para negarse.


2
Decidido a tan imposible tarea, Samaniego se retiró a su cabaña cerca del lago Rapel donde iba para alejarse de todo.  Allí nadie perturbaba su trabajo.  Se agenció de todas las composiciones que pudo encontrar donde fue otro compositor el que terminó la obra de los maestros.  Las escuchó una a una, la memorizó nota por nota, ensayó por sí mismo alternativa por alternativa y por cierto encontró algunas que habrían hecho palidecer a los más que intentaron continuar con las creaciones de otros.


Sin embargo, nada parecía gustarle.  Desechaba una tras otras los brillantes finales que podía encontrar para ”El Corredor”, para esa melodía que lo tenía obsesionado.  Se sentía con la tremenda responsabilidad de rescatar la inspiración que un desconocido acontecimiento privó a la humanidad de la obra más bella jamás compuesta por mortal alguno.  Sin duda alguna, Aberto De Lucca debía tener algunas experiencias espirituales muy fuertes, ya que sólo del cielo podía venir algo tan sublime y tan exigente.


            Con los días de intenso trabajo su rostro comenzó a perder color.  Sus ojos se vistieron de coronas que revelaban la falta de sueño.  Y sus ropas quedaron holgadas en un cuerpo que perdía peso peligrosamente.  Algunos de sus amigos recibían extrañas correspondencia donde Samaniego explicaba los desesperantes escollos que debía salvar para lograr su loca empresa.  No pocos incluso le ofrecían compañía, o consejos donde le instaban a dejar, aunque fuera por el momento, esa tarea al parecer suicida. 


Día tras día, noche tras noche, Andrés intentaba en su teclado descubrir las intenciones del compositor decimonónico.  Muchas notas fueron aceptadas, y muchas más fueron rechazadas.  Cientos de pentagramas llenaban el papelero donde caían las frustradas intenciones del maestro Andrés.  Hasta su piano, su querido piano, tuvo que sufrir los golpes de las desesperadas tempestades de impotencia del decidido músico.


            Al final, y pesar de todos su esfuerzos y de todo su talento, Samaniego entendió que no podía.  Lo que para él era desconocido, el fracaso, por primera vez lo contemplaba.  Lo vivía.  Él, quien pudo interpretar el vals de Mefisto a los ocho años, ahora se hallaba empantanado y tenía que reconocerlo y sobre todo, aceptarlo.  Terminar la obra de De Lucca era sencillamente algo que estaba más allá de todo lo que él podía realizar.  Y terminó por comprender.


            Luego de un par de meses de vacaciones y de incluso cuidados estrictamente médicos, el pianista chileno anunció uno de sus conciertos más esperados.  Donde solía interpretar el fruto de sus descubrimientos: las nuevas obras de los maestros que quería entregar al mundo.


            Por supuesto que todo el mundo quiso pasar por la experiencia maravillosa de escuchar al maestro de Chillán en su primera presentación de esa temporada.  Y claro que los primeros siempre son los menos queridos, los críticos, esos señores expertos en lo que ellos no saben hacer.  Fue tanta la belleza que tuvieron que soportar que incluso aquellos que tributaban sus sueldos de los sellos discográficos contrarios al de Samaniego, lo más terrible que pudieron decir fue: “...su talento lo obliga a veces a ir más allá de lo requerido y se precipita al abismo de una perfección innecesaria.  ¡Qué lamentable en un artista tan connotado!”.  Todo el concierto fue un gozo para los asistentes, una notable muestra de los frutos que da la dedicación y el esfuerzo humano.


            El programa de las presentaciones del chileno se dividió en tres partes.  Una dedicada a los maestros de siempre, aquellos a los que es imposible no mirar si quieres saber lo que es la belleza musical.  Una segunda parte en que Samaniego tomaba temas del folclor de su querido Chile y los presentaba en notables arreglos para piano que nada tenían que envidiar a los clásicos que ya había presentado.  Y la tercera parte, una de las más esperadas, en que el pianista mostraba las obras de aquellos compositores perdidos en el tiempo y en el espacio.  Este año le tocó el turno al fascinante Aberto De Lucca.  Y las expectativas no fueron ni remotamente defraudadas.  Uno a uno de los movimientos fueron inevitablemente celebrados.  No se podía esperar hasta el final para vitorear al autor por un lado y al intérprete por otro, que sin duda su buena parte en el éxito de la obra tenía que ver.  No obstante, a pesar de toda la acogida del público por su trabajo, Samaniego tenía una tristeza inevitable, no haber dado final a la bellísima obra de De Lucca.


            El ciclo constaba de cinco sesiones.  Todas, por supuesto, fueron a teatro lleno, pero ninguna fue más inolvidable que la última, cuando ocurrió todo.  En efecto, Aquella noche, la última de la que se supo algo del eximio pianista de Chillán, los fanáticos se habían repetido las presentaciones, los críticos otra vez, para ver si estaba vez podían encontrar algo malo de qué hablar.  Y por cierto así fue, pero no lo que sospechaban.  Las notas del piano se oían maravillosamente, el instrumento sólo era afinado por Andrés y era su mejor amigo, el más fiel, el más sincero.  Lo único que nos dejó de esa noche. 


            Cuando el artista, comenzó, traía en su corazón una sensación extraña, una especie de presentimiento mezclado con euforia y hasta con una nostalgia.  Se acercó a su querido piano, y tuvo la rarísima certeza de que sería la última vez que lo tocaría.  Las maravillas que pudo entregar aquella noche, por fortuna, quedaron grabadas por una serie de fanáticos que lograron colar sus aparatos de grabación a pesar de las estrictas medidas de seguridad.  Los clásicos maestros se oyeron mejor que nunca, las melodías nacionales más perfectas que en ninguna otra presentación.  Sólo al final, cuando todo parecía terminar, Samaniego entregó a la humanidad la más extraña obra jamás compuesta: “El Corredor”.  Entonces fue que todo cobró sentido.
Ya desde los primeros acordes la melodía actuó inexplicablemente en la audiencia.  Los asistentes comenzaron a ser invadidos por una serie de imágenes proyectadas en una zona muy profunda de la mente que los llevaban a dimensiones infantiles, a lindas remembranzas del pasado.  Era como si la obra cobrase vida, y como si estuviese a punto de llevarse a todos hacia lugares de insólita descripción.


            Las bellas notas y el olvido del mundo hicieron que la inteligencia y la  imaginación del pianista se unieran a tal grado, como dispuestas a dar a luz una nueva forma de comprensión del universo y de la existencia misma.  En su interior fue formándose la imagen de un corredor inmenso y acogedor, un vínculo misericordioso entre su espíritu y algo insospechado que le esperaba del otro lado.  El ímpetu en la interpretación se transmitió al público que también experimentó el recorrido adormecedor, pletórico, irresistible.  Pero a la vez, muchos de los asistentes se percataron que la obra de De Lucca se alargaba poderosamente, como si, por fin, el mismo Andrés Samaniego concluía el movimiento que hace más de cien años había quedado trunco.


3
¡Qué maravilloso! ¡Qué inesperado! ¡Qué sencillamente fascinante! El pianista se percató que su talento, su conciencia iban más rápidos que sus manos.  Por fin podía anticipar, corregir, componer en fracción de segundos los acordes, notas, acentos de la perturbadora obra de De Lucca.  Un gozo más grande a lo antes vivido lo estaba consumiendo.  Su antigua frustración ahora era embriaguez, total animación.  Un sudor tibio se deslizó por la frente del intérprete dejando contemplar la entrega absoluta en la ejecución de “El Corredor”.  Una limpia alegría lo comenzó a llenar, un contento, una armonía con todo lo existente.  Las notas podían dar la sensación de una felicidad duradera y total.  Lágrimas de profundo regocijo se deslizaban por las mejillas de una artista cuya cumbre, según él, había por fin tocado.

            Fue en ese momento cuando la cosa más absurda e inesperada sucedió: Samaniego comenzó a brillar.  Sí brillar, con un resplandor muy fuerte, una luz celestina que hacía suponer que el mismo Andrés ya no era lo que parecía ante los ojos del mundo.  El público se hallaba impresionado, asustado incluso, pero no hubo disturbios, pues la belleza de esa visión dejó a todos ajenos al mundo que había a su alrededor.  De pronto un círculo de luminosidad apareció frente al piano.  Era una especie de arco por donde podía entrar fácilmente un automóvil.  El centelleo de las luces, más éxtasis de la música ayudaron a que todos los presentes lograran ver un hecho único en la historia de sus vidas.  El fulgor en el que se había convertido Samaniego, estaba siendo absorbido por el círculo de Luz.  Era como si la misma irradiación del pianista fuera llamada, o mejor, reclamada por la extraña claridad que había surgido de pronto frente a él.   Y en efecto, cuando por fin las notas de la obra de De Lucca estaban siendo interpretadas, Andrés Samaniego, Hijo de Chillán, luminaria de salas de concierto y de teatros por el mundo, desaparecía, convertido en resplandor y era llamado, sin duda, por formas de vida que le demandaban como un igual.  Sólo entonces, y antes de partir de esta existencia, el obsesionado genio comprendió por qué, hace un siglo atrás, la obra no había podido ser terminada.











viernes, 19 de febrero de 2016

YO HABLO SOLO

A continuación, un soneto escrito al pasar, a ver  qué  les  parece:




YO HABLO SOLO



Yo hablo solo ¿y qué? La conversación
De calidad es cada vez más rara,
Más escasa la feliz discusión
Con quien no teme mirar a  la  cara.

Argumentar con brillo y decisión
Sobre  propuestas  poco claras;
Arreglar el mundo con la visión
Puesta en un tinto que el gusto alegrara.

Yo hablo solo por rigurosidad,
Para no tener  que  explicar de nuevo
A un sujeto extraño la luz que llevo.

Aprecio el axioma, la  honestidad,
El sentir que a mis convicciones debo
Que en mis debates casi siempre apruebo.

lunes, 16 de noviembre de 2015

IGUALES

El siguiente  soneto es  el fallido  intento de  escribir  al estilo  de  Lovecraft. Lleva  tiempo  en algún  lugar de  mis  cuadernos. A  ver  qué  les  parece.


IGUALES  (O Encuentro)

Lo vi en otros ojos, lejanos, fríos,
sumergidos en esa oscuridad
enferma do la  porfiada maldad
fabrica su nido brutal e  impío.

El destello insistente, el desvarío,
la sonrisa infantil, la  mocedad,
aquella inconfundible levedad
que atrae con elegante  atavío.

La risilla, el tono, el gesto casual,
la caricia falaz y desabrida,
la palabra, la  invitación mortal.

Lo supe, lo reconocí enseguida,
solo otro monstruo conoce a su igual,
otro, que a su competencia  liquida. 


viernes, 23 de octubre de 2015

SI VOLVIERAS

Yo era  adolescente cuando murió mi madre. Y como me  enseñó  la  vida tales  dolores  uno  jamás  los  supera, sólo aprende  a  vivir  con  ellos.  Años después, escribiendo le  dediqué  algunas  estrofas. La  mayoría  lo voté  porque  francamente lo que  escribas  sobre  un dolor  tan grande parece  una  fatigada  burla,  un chiste   sin gracia  del que  no tengo porqué reírme. Pero, entre  todos, dejé  dos. El siguiente  es  uno  de  ellos. También  lo escribir hace  mucho tiempo. A ver  qué  les  parece.


Si volvieras

Madre, pienso ¿qué haría si volvieras?
¿qué pensaría yo en ese momento
confuso, sin duda, pero contento?
¿qué pasaría si otra vez te viera?

Si regresaras, si  en verdad pudieras
¡Oh, Madre! Te aseguro que  te  invento
en ese mismo instante un pensamiento
o te escribo, no sé, una  primavera.

Haría descender de  sus  esferas
A los  vientos  enormes del invierno
Y así, cuando en mis  manos  los  tuviera

No sé, entibiados  por un fuego eterno
Te  los  daría  hecho verso a  tus pies.
Madre, si tú volvieras yo... no sé...

REFLEXIÓN


El Siguiente  poema, tan distinto a  lo  que  acostumbro escribir, apareció entre  unos  papeles  que  estaba  apunto  de tirar. Me  decidí  a  dejarlo  en este espacio. No  sé,  no termina  por  convencerme, pero algunos dijeron   que estaba  bueno. A ver  qué  les  parece  a  ustedes.


Reflexión


Qué tranquilo parezco
Con mis dedos entrelazados
En aparente oración mirando al cielo.
Pero ... ¡no es cierto!
Más inquieto que antes
Más entregado más delirante,
Con ensueños arraigados
De una mocedad que no se marcha,
Que no deja las paredes de mi alma
Que me incita, me interrumpe
 Me yergue,
Me precipita 
Fastidia mis decisiones.
Más quebradizo que entero
Más ansioso que satisfecho
Aún sabiendo el doble y el triple
Conociendo mi debilidad
El ataque, el contraataque,
La tormenta se repite
Hace trizas mi fortaleza.
Que el punto de llegada
Es ahora punto de partida
Que el deseo con esfuerzo cumplido
Es padre del deseo hoy nacido.
Más tranquilo, más inquieto,
Más logrado más ignorante
Más centrado más perdido.
 Más solo, más contento,
Más amante, más triste,
Acostumbrado y rebelde
De empezar y abandonar
Crear y destruir
Que la compañía es  absoluta
O la soledad es absoluta
Dejar, poseer, soñar, perder.
Entre parcas  coordenadas
De trabajo tedioso
Y tedio trabajoso.
Aún sabiendo lo que pasa  
Aceptar te incomoda
Vencedor y  vencido
Con un pasado que ya no es
Y un futuro que aún no es
Con presentimientos más que esperanzas
Con ilusiones más que pavuras
 Más dormido que despierto
Entre sensatez y locura
Sentirme más viejo y más joven que  nunca.


martes, 15 de septiembre de 2015

EL ROBO

La siguiente  historia  la  escribí hace  mucho tiempo así  que  se  notan  las  imperfecciones  tanto  de  tipeo como  de  estilo. Espero que  igual  les  guste.



EL ROBO


  
El machismo está tan metido en el inconsciente colectivo, que ya casi supone una estrategia para enfrentar un mundo tan difícil como el nuestro. Esto lo pude comprobar, escuchando la amarga historia de uno de los amigos que conocí gracias a Carlos y Ruperto. Su nombre era Roberto, hombre más bien macho, sometido a los terribles entuertos de esta existencia, y casi pierde la vida por esta hegemonía de lo masculino. La historia nos la contó una noche cuando jugábamos el oriental “Go”, mismo que aprendió en sus dos años y un día de cárcel.
           
Se los digo en serio, amigos, -comenzó diciendo Roberto- el ser humano está hundido en la más terrible de las miserias. Primero crees saberlo todo y luego te das cuenta que tus más profundas certezas no son más que meras posibilidades.
-Esa es la diferencia entre certeza y convicción –respondí- la primera te hace soberbio, la segunda humilde.
-Pues a mí me hizo idiota, y ya saben que si tengo mi mano derecha mutilada fue por la locura y mi falta de respeto.
-Es un gran mérito reconocer las debilidades –anotó Carlos.
- Brindo por eso –aportó Ruperto.

Roberto no era un mal tipo. Tenía su moral. Para empezar nunca robó a los pobres, despreciaba a los ladrones mala clase que asaltaban los hogares de gente tan desgraciada como ellos mismos, lo que lo convirtió en un terrible enemigo de la zona oeste de la capital, capaz de desmantelar una cámara mientras te está saludando; hábil al punto de sacar un citófono al mismo tiempo que pregunta la hora. Su punto débil constituyó aquella extraña manía de generalizar, al extremo de suponer que todos los miembros de un grupo al que se le caracterizaba por determinado rasgo, debían reproducir invariablemente a todas  las  demás singularidades.
            - Ya saben –prosiguió a la vez que le echaba sal a la generosa cerveza en el local de don Lalo, el lugar de encuentro de mis dos amigos que todo lo que el ser humano supone como cierto se basa en la dicotomía muy irreal del todo-nada, siempre-nunca, todos-ninguno. Esto es todavía más peligroso en el caso de las mujeres.
            _ Volverás al tema de tu mano ¿verdad? –se anticipó Carlos – Pues esta vez y para el recién llegado, quiero oír la historia entera, aunque por favor, lo más exacto posible, sin eufemismo ni ambages. Conozco bien tus narraciones infinitas.
  
Se sirvió un largo sorbo de su helada cerveza y fumó de su cigarrillo hasta el pitillo (he aquí una combinación mortal de la que deberían cuidarse.)
            - Escucha, hermanito, lo que este socio tiene que decir, con Carlos nos hemos ahorrado más de un dolor de cabeza.
- Listo quien aprende de sus errores, sabio quien aprende los errores de los demás.
            - Amén, Carlitos. Bueno,no me doy más vueltas. Aprendan de la desgracia de un hombre que consideró a las mujeres como “secreto conocido”, “lección aprendida”, “escalón superado”. Error, terrible error. Antes contéstame tú, hermanito, lo siguiente: ¿Cuál es el peor enemigo de un hombre? ¿Cuál es el único ser capaz de hacer que un honrado varón se vuelvas mentiroso, maquiavélico, un guiñapo de la noble criatura que fue?
            - Supongo que dado el contexto la respuesta es: Una mujer.
            -¡Exacto! Y ahora ¿cuál es el peor enemigo de una mujer?
            - ¿Un... hombre?
            - ¡Claro que no! El peor enemigo de una mujer es “otra mujer”.El único ser capaz de echar por tierra los abyectos logros de una hembra es otra hembra.
            - Al punto, Robert, al punto –urgieron mis dos camaradas.
            - Allá voy. Las hembras no tienen sentido de gremio. Son mutuo destructivas. Por eso no se hacen rodear por otras del mismo género.  No puede haber dos reinas en una casa, aunque sean madre e hija. No pueden conformarse con dejar al hombre que aman a otra, por muy amigas que sean.
            - Esa es la generalización más tonta que he escuchado.
            
Carlos, que terminaba de servirse el contenido de su jarra de cerveza, me miró muy serio y me aclaró:
            - Oye, no es tonta, obedece a una profunda reflexión sobre la existencia de las cosas. No tiene nada, pero es que nada de malo.
            - ¡Cierto! –aseguró Ruperto- el tema aquí, puesto que conozco la historia de Roberto es el problema de la excepción.
            - Precisamente esto fue lo que casi me mató. Escucha hermanito y aprende de los errores de un hombre que ha sobrevivido al absurdo lógico que constituye en la vida práctica, en la profesión de cualquiera, la existencia de una excepción.
            
“La vieja de la casa de odiosos cuatro pisos era una más de las ricachonas que nunca se ganó el sustento. Hija del padre adecuado, se casó con el marido adecuado y educó al hombre adecuado ¿entiendes? Era el prototipo, el paradigma de la mujer que se merece que al menos una vez en la vida, alguien le enseñase que no lo tendría todo en bandeja de plata. La vieja era patética. Teñida de rubio hasta más no poder, con arrugas para regalar, con un ceño fruncido como la señora acostumbrada a dar órdenes... y a la que, más encima hay que tratarla en diminutivo ‘Lucita, Marita, Gemita’, ¡Uf! No las soporto. Además tienen la típica mansión, una fortaleza victoriana con tres guardias, un perro rodweiler más bravo que la cresta, citófono empotrado al costado izquierdo de un portón enorme lleno de pulidas tablas que impiden mirar hacia dentro, con una decorativa cámara moviéndose de izquierda a derecha y de derecha a izquierda, y una chapita de la empresa responsable de la seguridad. Estas señoras son verdaderas arpías que tienen durante la noche una niñita medio tonta, a la que no le otorgan carácter femenino, o un mozuelo bien intencionado pendiente del timbre de la ama de casa. Todo lo descrito, y podría seguir toda la noche indicándote el lugar exacto de la piscina, las medidas del ventanal, el número de habitaciones y podría decirte cuánto regatearon por el precio de la cerámica. Son todas iguales, aburridamente idénticas... y, debo decir, que para un ladrón de mi experiencia, cómodamente típicas. Como ella, le he hecho el trabajito a otras cuántas misias, por lo que tenía muy claro el procedimiento. Los guardias son lo más inútiles que hay. Ya como a las cuatro de la mañana no sirven ni para asustar a un gato. La cámara tiene un ángulo ciego por el que puedes deslizarte como por un corredor. Al perro le tiras un perrita en celo y en menos de un minuto el cancerbero se transforma en baboso engendro lastimero. Desconectar las alarmas es juego de niños, hasta los principiantes pueden hacerlo. Al mozo, o mozuela, lo interceptas cortando la línea de comunicación desde la pieza de la señora. Todo es tan fácil, tan preclaro, diáfano, tan sencillamente determinado por leyes ancestrales del funcionamiento de las cosas que ni podrías imaginar que algo no saliese como lo has previsto.
            - ¿Y? –pregunté.
            - Bueno, que me decidí a visitar a la vieja. En efecto, esperé hasta que los tres guardias cayeran bajo el influjo de Morfeo. Lento pero seguro, avancé entre las sombras hasta llegar al dichoso punto donde la cámara no te divisa aunque tenga seis lentes. Como por mi casa llegué hasta el portón donde corté los hilos de la alarma. ¡Uf! En treinta años siguen usando el mismo viejo sistema del cableado; eso está obsoleto, y como aquí nadie tiene mucha idea de seguridad, le siguen pagando a los mismos “expertos” por un trabajo inservible. En fin. Pude entrar fácilmente. Fue en ese momento que la Pupy, la perrita del Jote, me ayudó. Otra vez en celo, esta canina era mi distractor para el rodweiler que me iba a encontrar ¡Y justo! Ladrando un par de veces, mismas que no me preocuparon pues estos monstruos le ladran hasta a las polillas, por lo que ya no llaman la atención de nadie, se me apareció el rostro del más terrible de los canes domésticos. Cuando se me iba a lanzar, le solté a la Pupy, rociada de un líquido especial que aumentaba el olor de las perras en celo. Mi cómplice de cuatro patas salió corriendo para el fondo del sitio, y detrás salió el devorador negro cuyo nombre no supe ni me interesó nunca.
            “Listo, me dije, ya no tengo enemigo que se me oponga. De aquí a la sala, al comedor y hasta, con suerte, la caja de seguridad de la señorona. Era como se dice “llegar y llevar”. Y así hubiese sido. En sólo quince minutos como todo un profesional, tenía mi bolsa llena de cosas realmente buenas: candelabros, vajilla, relojes, cachivaches electrónicos...
            - ¿Y todo eso lo podías cargar?
- Oye, hermanito, un ladrón profesional debe tener físico acorde con las exigencias del rubro. En aquel tiempo tenía cuatro sesiones semanales en el gimnasio. Podía cargar, créelo, hasta dos veces mi peso. El hecho es que lo tenía todo listo, con cero molestias y mucha mercancía, y ya listo para irme, ocurrió lo irracional, lo ilógico, lo antinatural, lo imposible.
- ¿Te pilló la dueña de la casa?
            - No.
            - ¿Te agarró el mozo o la niña?
- Tampoco.
            - ¿Los guardias?
            - ¡Menos! Saliendo de la casa, con una amplia sonrisa por el placer de un trabajo bien hecho, precisamente frente a mí, interceptándome la salida como un demonio homérico, mitad dragón mitad no sé qué –en ese instante sorbió lo que le quedaba de cerveza- Decía, en ese momento, vi al odioso rodweiler mirándome como sólo el diablo puede hacerlo. Les juro, me petrifiqué, no podía mover un músculo, todo mi ser se congeló de improviso. Y allí mismo, el maldito perro se me lanzó con tal furia que me tiró al suelo. Enfrenté su mandíbula con mi brazo izquierdo, el que destruyó con sus dientes naturalmente hechos para descarnar a sus víctimas. Tuve que pedir ayuda a gritos, o esa cosa me mataba ahí mismo. Llegó la vieja, el mozo, los guardias, los pacos, los vecinos, los mirones. Entre todos lograron sacarme el animal de encima. Al rato llegó la ambulancia y entre estertores me llevaron a la posta donde hicieron lo que pudieron con mi ya inutilizado brazo.
            - ¿Y en qué falló el plan? –quise saber inocente.
            - La excepción a la regla absoluta, hermanito- aclaró Carlos.
            - Lo que confirma la regla –coreó Ruperto.
            - Así es –terminó diciendo Roberto-, la vieja faltó a la ley natural de las mujeres que no aceptan otras hembras cerca: El perro era perra.

viernes, 4 de septiembre de 2015

EL RELOJ

Y seguimos  con los  microcuentos reencontrados.


EL  RELOJ

 Juanjo podía ser muchas cosas, pero no cobarde.  Olvidadizo, fome, algo cartucho, pero no cobarde, así que  hizo  lo que  debía. Odiaba a los ladrones  más que a los abusones, que son  lo mismo. Por  eso  cuando despertó en el microbús, después de  la  "pestañadita" de  siempre, y vio que  el cretino del lado tenía  su hermoso reloj Omega,  regalo de  su padre, algo en él, algo atávico, telúrico, simiesco,   lo convirtió en "el otro" que  todos  llevamos  dentro.
     - ¡Pásame  el reloj, desgraciado, pásamelo, o te saco la cresta aquí mismo!
Juanjo  sonó seguro,  metálico, peligroso, por  lo que el tipo se sacó el reloj y se  lo entregó sin la  menor  protesta. En el fondo son unos pusilánimes.  Se bajó a  las  tres  cuadras  siguientes. 
Juanjo tenía  en los  ojos un  brillo  invencible como  quien acaba de salvar  una  ballena, o de auxiliar a una abuelita en apuros.
Cuando llegó al trabajo, el jefe le comunicó:
    - Don Juan, llamó su señora. 
    - ¿Pasó algo malo?
    - No, nada malo, sólo  que  no fuera  tan cabeza de  pollo.
    - ¿Qué  se  me  quedó en la casa?
    -  Su reloj.