Para los que vivimos en Santiago de Chile, las experiencias de nuestro sistemas de transporte es similar a las vicisitudes de que podría sufrir un personaje de videojuego en los tenebrosos recovecos de la locura digital. Lo más aterrador es que el cuento se basa en un hecho real. ¡Adelante!
LOS GUERREROS DE RECOLETA
Entonces
subieron al bus. Tres verdaderos colosos (bueno, no tanto), dignos de la
versión chilena de “Los Guerreros del Bronx”. Cancelaron sus pasajes en
el validador Bip, traspasaron el torniquete e iniciaron
la travesía por el largo pasillo de la oruga del
Transantiago, recorrido 203, justo frente a la estación del metro
“Zapadores”. Vestían poleras negras, en cuyo pecho se
podían distinguir inextricables figuras dantescas; llevaban
gafas oscuras, aunque hace rato que se había puesto el sol; llevaban
muñequeras con brillantes pinchos, acompañados rítmicamente junto a
las pesadas botas de construcción que también rielaban con la luz artificial
del bus. Nadie les habló, nadie se interpuso en su camino, pero
todos los seguían con ojos llenos de
impresión y miedo. Llegaron a tres asientos
vacíos al fondo, y allí, sincronizados, tomaron asiento
sin decir palabra. Y ahí se quedaron.
No voy a mentir, lo cierto es que gente así,
me provoca entre admiración y risa (bueno, no tanta).
Todo el histrionismo de la situación no dejaba de tener algo
de televisivo, como si de pronto alguien me dijera que sólo se
trataba de una cámara escondida. En todo caso, yo no era el
único que se sentía entre fascinado e incómodo, un
murmullo comenzó a llenar la atmósfera, como si todos
los demás pasajeros estuvieran compartiendo sus impresiones y
temores acerca de estos seres salidos de alguna película de John
Carpenter. No faltó el niño que
preguntó:
- Mami, ¿quiénes son ellos?
- ¡Shhh!, no los mire, m’hijito. Son gente loca.
Pero no fue sino hasta dos paraderos más allá que todo
cobró sentido. Subieron al bus unos tipos claramente cargados al alcohol:
- ¿A quién cresta se le ocurre poner estas leseras? – uno de
ellos inició la tétrica obra refiriéndose a
los torniquetes.
- ¿A los mismos que echaron a andar estos buses
de porquería?
El operador trató, pero no pudo darse a respetar:
- Oye, tienen que pasar la tarjeta.
- ¿Y qué te metí vo’, agilao? ¡Vo’ conduce no
más, si al final la plata te llega igual!
El que parecía ser el líder de los tres indeseables, pasó por
debajo del torniquete. Los otros, a duras penas,
lo imitaron.
- Esta chorrá va llena – dijo el líder –. No
vamos a conseguir asiento.
- No importa, total, nos bajamos luego.
- ¿Cómo luego? – dijo el tercero - ¡Hay que
llegar hasta Vespucio con Santa Rosa!
Avanzaron a tropezones hasta el medio de la
oruga, una especie de tambo en el que
te detienes para tomar aliento y luego seguir
hasta el fondo.
- ¡Esta lesera está más fome!.
- ¡Cantemos una huevá, entonces! – la propuesta dibujó un
rictus en el rostro de la gente.
- Señores pasajeros, - dijo el que tenía pinta de
estar más sobrio - con mis compañeros estamos un
poco faltos de plata y además esta
micro está más fome que la cresta,
así que los vamos a deleitar con música.
Una risa siniestra, propia de torturadores, emergió por
la garganta de aquellos seres en los que se
adivinaba una humanidad ya pretérita. El bus de pronto frenó
y uno de ellos perdió el equilibrio yendo a
caer sobre una hermosa jovencita de veintialgos que sentada,
fingía no estar atenta.
- La suertecita suya, mi amor, que le caí del cielo.
En su locura, la bestia trató de besar a la joven. Ella sólo atinó a empujarlo hasta que se lo sacó de encima,
llamándolo de la manera más fuerte que encontró:
- ¡Infeliz!
Pero el monstruo, ya de pie, se unió a su jauría,
para iniciar el acto supremo de maldad que tenían
planeado. A estas alturas de la travesía ya nos
sabíamos abandonados a la Providencia y
varios, contándome, nos pusimos a recitar
las sagradas oraciones que nos acordábamos. Incluso, el
que iba a mi lado, dijo para sí:
- ¡Hasta cuándo durará este infierno!
Fue cuando comenzó:
- ¡Cantemos todos: Ha pasado mucho tiempo, mucho
tiempo, desde que te dejé llorando en la
alameda- la otrora bella canción de
Emanuel, corroída y deformada por el al
ácido tufo de aquellos trasgos
maldicientes, penetró por nuestros oídos destruyendo no
pocas secciones auditivas - ¡Ha pasado mucho tiempo, mucho tiempo,
desde que yo besé tus labios a la
fuerza! – Estoy seguro que las víctimas, sobretodo los
más jóvenes, cuando escuchan esta melodía, rememoran
con comprensible espanto, estos momentos de horror.
La demencia prosiguió:
- ...pero este terco corazón no te olvida, no te
olvida, aunque te encuentre un nuevo amor, cada
día cada día…
- Ya mucho – dijo el líder – esta canción es muy agilá.
De pronto, un suspiro de bondad creímos ver
cuando tocaron el botón del timbre para
bajar. En efecto, el bus, abrió sus puertas y las bestias se
bajaron… para luego entrar enseguida con rostro llenos
de enfermiza alegría:
- Señores pasajeros, somos payasitos de la
calle…
- Y los vamos a mandar a todos…
- A la salva sea la parte...
Festejaron con carcajadas simiescas aquella humorada
discutible, construida de alusiones familiares y mala rima.
- ¡Uy, pero si acá viene mi polola! – se refería
a la misma jovencita que antes ultrajara, y ahora,
aterrorizada , no atinaba ni a bajarse del vehículo
¿Qué maldad estarían dispuestos a hacerle si se atrevía
a apearse? - ¿Me echó de menos, mi amor? – Y aquel
ser tolkieniano, comenzó a ofrecerle pestilentes ósculos con pervertida fruición.
Los orcos rieron.
- ¡¡Ya déjenla!!
¿De quién era aquella masculina voz? ¿De qué cruzado, tras santa misión,
el espíritu protector del sexo fuerte logró manifestarse al fin con
decidida autoridad? ¿Sería que yo…? No, no era yo.
Cuando todos, incluidos los facinerosos, dirigimos
la vista hacia el origen de la réplica,
vimos, como un personaje sacado de las viejas
leyendas, como un joven dios de nórdicas mitologías, a
un churumbel de apenas 9 años que, flacucho y soberbio, los
miraba de pie sobre uno de los asientos:
- ¿Por qué no se bajan? – tronó la voz justiciera
de aquel infante vengador - ¿les gustaría
que a ustedes les…
Pero el héroe no logró terminar ya que la que
parecía ser su madre censuró su arrojo de
valentía, por más justificada que fuera
la situación:
- ¡Cállate y siéntate!
La bestia mayor preguntó con voz ensordecedora:
- ¿Alguien más?
Como sólo le respondió el silencio, volvieron a
reírse, pero esta vez saltando y empujando a
todos los pasajeros que tenían cerca.
Los cinco minutos siguientes fue una loca orgía de burlas y gritos. Las
víctimas fuimos todos: operador, pasajeros, nuestras
familias, el gobierno, las calles; niños y ancianos presentes
no podían más que soportar con temor y vergüenza la avalancha infinita de
insultos, burlas y disparates. Las más perjudicadas fueron las mujeres,
quienes tuvieron que aguantar las grotescas insinuaciones de aquellas
criaturas de pesadilla. Nada podíamos esperar del operador, nada podíamos
esperar de la seguridad pública ¿es que Dios nos había dejado solos?
De repente, los colosos, quienes se mantuvieron durante todo el recorrido mudos
e indiferentes, sincronizados se pusieron de pie y caminaron hacia la tercera
puerta del bus oruga, lugar en que se desarrollaban las mil y una tropelía de
aquellos malvivientes. Éstos los vieron acercarse, y satisfechos de su
propia impunidad comenzaron a dirigirles extraños insultos:
- A ver, a ver los góticos estragóticos – risa desaforada.
- Los terminator al peo – más risa desaforada
- Los trambólicos – aún más risa.
Los colosos les dieron la espalda, esperando que el bus se detuviera
para bajarse. Mientras, los hijos del caos continuaban con su
ingenioso florilegio de insultos:
- A ver los draculones – todavía más risa.
- A ver los Generación Perdida – todavía aún más risa.
- A ver los chupacabrones al peo – y… risa.
El bus se detuvo, las puertas se abrieron…
y en un acto divino, con una sincronía robótica, con una
fuerza sólo posible para seres que son más que meros
santiaguinos, los colosos agarraron a los malditos por sus ropas y
los lanzaron fuera del vehículo justo para estrellarse
contra una toma de agua, un banquito de madera y más allá la
gruesa pared de un kiosco. Los indeseables no tuvieron tiempo
ni de reaccionar o de recuperarse cuando las puertas del bus se cerraron
y partió.
Al interior se hizo un silencio cargado de energía y emoción.
El más bajito de los tres colosos dijo:
- ¡Eso era todo!
Y una lluvia de aplausos irrumpió en ese diminuto espacio. El niño
censurado por su madre salió de su asiento y corrió para abrazarlos; la
bella joven manoseada se acercó a los
tres y los besó con agradecimiento; todo el público, de
pie, se regocijaba por el triunfo del bien sobre el mal. Yo mismo
me acerqué y les di un fuerte apretón de manos al que ellos
respondieron con igual respeto (bueno, no tanto). Sin embargo, la
humildad se impone en el poderoso, y como aquel general romano que
llamado para combatir por el Imperio contra los
salvajes, luego del triunfo vuelve a la quietud de su vacada,
aquellos guerreros regresaron en estricto silencio a sus asientos, que
ocuparon con su inalterable sincronía.
Y allí estaban, mudos y pétreos, cuando me bajé, todavía rodeados de
algarabías y parabienes. Cuando descendía les lancé una última mirada y
pensé:
- Yo podría ser como ellos… bueno, no tanto.
Lo primero que pensaba escribirte tras leer esta historia, era decirte ¡"Congratulaciones por esta nueva empresa tuya y que espero que la sigas nutriendo de tus escritos al lotijua!...Bueno, ya lo he hecho, pero lo que más se me viene a la mente decirte es que recuerdo cuando me contaste la anécdota que aquí describes tan soberbiamente y que siempre tuvo un espacio importante en mi memoria (¡Haz patria y pitéate un flaite!) Como sé que recién comienzas a armar tu blog, una humilde recomendación: acompaña tus textos de una imagen alusiva, para hacer más ameno todo. Por cierto, desde ahora en adelante pongo tu página como enlace recomendado en la mía.
ResponderEliminarPues por cierto que es una historia real y digna de los más góticos desvaríos. Espera y podrás leer otras historias tanto o más horrible.
EliminarGracias por tus consejos y comentarios.
Cuidado, Mauri! Habló el bloggero consumado!! jajaja
ResponderEliminarMe alegro que te hayas animado a compartir con el mundo tu tremendo talento!!
Se te agradece muchísimo...(serán humildemente homenajeados, al ser utilizados como material de mis clases jejeje)
Cariños
Gracias por tus recomendaciones, sabes que tu opinión se valora enormemente estas latitudes.
EliminarPaz!!!!
Mi estimado, me alegró mucho saber que has iniciado tu blog, y con este buen cuento, basado en la más delirante vida real!! No sabes cuantas anécdotas micreras me recuerdas, incluso de mucho antes del transantiago. Hasta me motivaste a escribir alguna. Te felicito por tu blog. Tu amigo.
ResponderEliminar