domingo, 28 de junio de 2015

LOS GUERREROS DE RECOLETA

El Siguiente  cuento lo escribí para  un concurso. Ni me pescaron,  tal vez  a  ustedes les  guste.
Para  los  que  vivimos  en Santiago de  Chile, las  experiencias  de  nuestro sistemas  de  transporte es similar  a  las  vicisitudes de   que  podría  sufrir un personaje  de  videojuego en los  tenebrosos recovecos de  la  locura  digital. Lo más  aterrador  es  que  el cuento  se  basa  en un  hecho real. ¡Adelante!



LOS GUERREROS DE  RECOLETA



  Entonces subieron al bus. Tres verdaderos colosos (bueno, no tanto),  dignos de la versión chilena de “Los Guerreros del Bronx”. Cancelaron sus  pasajes en el validador Bip, traspasaron  el torniquete e  iniciaron  la  travesía  por el largo pasillo de la oruga  del Transantiago, recorrido 203, justo frente a la estación del metro  “Zapadores”.  Vestían  poleras  negras, en cuyo pecho se  podían distinguir inextricables figuras dantescas;  llevaban  gafas  oscuras, aunque hace rato que se había puesto el sol; llevaban muñequeras con brillantes  pinchos,  acompañados rítmicamente junto a las pesadas botas de construcción que también rielaban con la luz artificial del bus.  Nadie les habló, nadie  se interpuso en su camino, pero todos  los  seguían con ojos  llenos  de  impresión  y  miedo.  Llegaron  a  tres  asientos vacíos  al fondo, y allí,  sincronizados,  tomaron asiento  sin decir   palabra. Y ahí  se  quedaron.
            No voy a  mentir,  lo cierto es  que  gente  así,  me   provoca entre  admiración y risa (bueno, no tanta). Todo el histrionismo de  la  situación no dejaba  de tener algo de  televisivo, como si de pronto alguien me dijera que sólo se  trataba de una cámara escondida.  En todo caso, yo no era  el único  que  se  sentía entre fascinado e incómodo,  un murmullo  comenzó a  llenar  la  atmósfera, como si todos los demás  pasajeros estuvieran compartiendo sus impresiones  y temores  acerca de estos seres salidos de alguna película de John Carpenter.       No faltó el niño  que  preguntó:
            - Mami, ¿quiénes  son ellos?
            - ¡Shhh!, no los  mire, m’hijito. Son gente  loca.
            Pero no fue sino hasta dos paraderos  más  allá  que  todo cobró sentido. Subieron al bus unos tipos claramente cargados al alcohol:
            - ¿A quién cresta se le ocurre poner estas leseras? – uno  de  ellos  inició  la  tétrica  obra  refiriéndose a  los  torniquetes.
            - ¿A  los  mismos que echaron a  andar  estos  buses de porquería?
            El operador trató, pero no pudo darse  a  respetar:
            - Oye, tienen que  pasar  la tarjeta.
            - ¿Y qué  te  metí vo’,  agilao? ¡Vo’ conduce  no más,  si al final la  plata  te  llega  igual!
            El que parecía ser el líder de los tres indeseables,   pasó por debajo  del torniquete. Los  otros,  a  duras  penas, lo imitaron.
            - Esta  chorrá  va  llena – dijo  el  líder –. No vamos  a  conseguir  asiento.
            - No importa, total, nos  bajamos  luego.
            - ¿Cómo luego?  – dijo  el tercero - ¡Hay  que  llegar  hasta  Vespucio con Santa  Rosa!
            Avanzaron a  tropezones   hasta  el medio de  la  oruga,  una  especie  de   tambo  en el que  te detienes  para  tomar  aliento y luego seguir  hasta  el fondo.
            - ¡Esta  lesera  está  más  fome!.
            - ¡Cantemos  una  huevá, entonces! – la  propuesta dibujó un rictus  en el rostro de la gente.
            - Señores  pasajeros, - dijo  el  que tenía  pinta  de estar más sobrio -  con mis  compañeros  estamos  un poco  faltos  de  plata  y  además  esta  micro está  más  fome  que  la  cresta,  así  que  los  vamos a deleitar  con música.
            Una risa siniestra,  propia de torturadores,  emergió  por la  garganta  de  aquellos  seres  en los  que se  adivinaba una humanidad ya pretérita. El bus  de  pronto frenó y uno  de  ellos   perdió  el equilibrio  yendo a caer sobre una hermosa  jovencita de  veintialgos que sentada,  fingía  no  estar  atenta.
            - La suertecita  suya,  mi amor, que  le caí del cielo.
            En su locura, la bestia trató  de  besar a la  joven.  Ella sólo atinó a empujarlo hasta que  se lo sacó de encima, llamándolo de la manera más fuerte que  encontró:
            - ¡Infeliz!
            Pero el monstruo, ya  de  pie,  se  unió a su  jauría, para iniciar  el acto supremo  de  maldad que  tenían  planeado. A estas  alturas  de  la  travesía ya nos  sabíamos  abandonados  a  la  Providencia   y varios, contándome,  nos  pusimos  a   recitar  las  sagradas  oraciones  que nos  acordábamos. Incluso, el que  iba  a  mi lado, dijo para sí:
            - ¡Hasta  cuándo durará  este  infierno!
            Fue  cuando comenzó:
            - ¡Cantemos  todos: Ha  pasado mucho  tiempo, mucho tiempo,  desde  que  te  dejé  llorando en la  alameda-  la  otrora  bella  canción  de  Emanuel,  corroída   y deformada  por  el  al ácido tufo de  aquellos   trasgos   maldicientes,  penetró  por nuestros  oídos destruyendo  no pocas secciones  auditivas - ¡Ha  pasado mucho tiempo, mucho tiempo, desde  que  yo besé  tus  labios  a  la  fuerza! – Estoy seguro  que  las víctimas, sobretodo los  más  jóvenes, cuando escuchan  esta  melodía, rememoran  con comprensible espanto, estos  momentos de  horror.  
            La  demencia  prosiguió:
            -  ...pero este  terco corazón no te  olvida, no te  olvida, aunque  te  encuentre  un nuevo amor, cada  día  cada  día…
            - Ya  mucho – dijo el líder – esta  canción es  muy agilá.
            De  pronto,  un suspiro de  bondad creímos   ver  cuando  tocaron el  botón  del timbre  para  bajar. En efecto, el bus, abrió sus  puertas y las  bestias se bajaron… para  luego entrar  enseguida con rostro llenos  de  enfermiza  alegría:
            - Señores  pasajeros,  somos  payasitos  de  la  calle…
            - Y los  vamos  a  mandar  a  todos…
            - A la salva  sea  la  parte...
            Festejaron con carcajadas  simiescas  aquella  humorada  discutible,  construida de alusiones  familiares  y mala rima.
              - ¡Uy, pero si acá viene  mi polola! – se  refería  a  la misma  jovencita que antes  ultrajara,  y ahora,  aterrorizada , no atinaba  ni a  bajarse del vehículo ¿Qué  maldad  estarían  dispuestos  a hacerle si se atrevía a apearse?  -  ¿Me  echó de menos, mi amor? – Y  aquel ser  tolkieniano, comenzó a ofrecerle pestilentes ósculos  con   pervertida  fruición.
            Los orcos  rieron.
            - ¡¡Ya  déjenla!!
            ¿De quién era aquella masculina  voz? ¿De qué cruzado, tras santa misión, el espíritu protector del sexo fuerte logró manifestarse  al fin  con decidida autoridad? ¿Sería que  yo…?  No, no  era  yo. Cuando todos,  incluidos los  facinerosos,  dirigimos  la  vista   hacia  el origen  de la  réplica, vimos,  como un personaje  sacado de  las  viejas  leyendas, como un  joven  dios de  nórdicas  mitologías, a un churumbel  de apenas  9 años que, flacucho y soberbio, los  miraba de  pie  sobre  uno  de  los  asientos:
            - ¿Por qué  no  se  bajan? – tronó la  voz  justiciera de  aquel  infante  vengador - ¿les  gustaría  que  a  ustedes  les…
            Pero el héroe  no logró terminar  ya que  la  que  parecía  ser  su madre  censuró  su arrojo  de  valentía, por  más  justificada  que   fuera  la  situación:
            - ¡Cállate  y siéntate!
            La  bestia   mayor preguntó con voz   ensordecedora:
            - ¿Alguien  más?
            Como sólo  le  respondió  el silencio, volvieron  a  reírse,  pero esta  vez saltando  y empujando a  todos  los  pasajeros  que  tenían cerca.
            Los cinco minutos siguientes fue una loca orgía de burlas y gritos. Las  víctimas fuimos todos: operador, pasajeros,  nuestras  familias,  el gobierno,  las  calles; niños y ancianos presentes no podían más que soportar con temor y vergüenza la avalancha infinita de insultos, burlas y disparates. Las más  perjudicadas fueron las mujeres, quienes tuvieron que aguantar las grotescas  insinuaciones de aquellas criaturas de pesadilla. Nada podíamos esperar del operador, nada podíamos esperar de la seguridad pública ¿es que Dios nos había  dejado solos?
            De repente, los colosos, quienes se mantuvieron durante todo el recorrido mudos e indiferentes, sincronizados se pusieron de pie y caminaron hacia la tercera puerta del bus oruga, lugar en que se desarrollaban las mil y una tropelía de aquellos malvivientes.  Éstos los vieron acercarse, y satisfechos de su propia  impunidad comenzaron a dirigirles extraños insultos:
            - A ver, a ver los  góticos estragóticos – risa desaforada.
            - Los terminator al peo – más risa desaforada
            - Los trambólicos – aún más risa.
            Los  colosos les dieron la espalda, esperando que el bus se detuviera para  bajarse. Mientras, los hijos del caos continuaban  con su ingenioso florilegio de  insultos:
            - A  ver  los draculones – todavía  más  risa.
            - A ver  los Generación Perdida – todavía  aún más  risa.
            - A  ver  los chupacabrones  al peo – y…   risa.
              El bus  se  detuvo, las  puertas  se  abrieron… y  en un acto divino, con una  sincronía robótica, con una  fuerza sólo posible para seres que son más  que   meros santiaguinos,  los  colosos agarraron a los malditos por sus ropas y los  lanzaron fuera del vehículo justo  para  estrellarse  contra  una  toma de agua,  un banquito de madera y más allá la gruesa pared de  un kiosco.  Los indeseables  no tuvieron tiempo ni de reaccionar o de recuperarse cuando las puertas del bus  se cerraron y  partió.
            Al interior se hizo un silencio cargado de  energía  y emoción.  El más  bajito de  los  tres colosos dijo:
            - ¡Eso era  todo!
            Y una lluvia de aplausos irrumpió en ese diminuto espacio. El niño  censurado por su madre salió de su asiento y corrió para abrazarlos; la bella  joven   manoseada  se  acercó a  los tres  y los  besó con  agradecimiento; todo el público, de  pie, se regocijaba por el triunfo del bien  sobre el mal. Yo mismo me  acerqué y les di un fuerte apretón de manos  al que  ellos respondieron con igual  respeto (bueno, no tanto).  Sin embargo, la  humildad se impone en el poderoso, y como aquel general romano que  llamado para  combatir  por el Imperio contra  los salvajes, luego del triunfo vuelve  a la quietud de  su vacada, aquellos guerreros regresaron en estricto silencio a sus asientos,  que  ocuparon  con su inalterable  sincronía.
            Y allí estaban, mudos y pétreos, cuando me bajé, todavía rodeados de  algarabías y parabienes. Cuando descendía les lancé  una última mirada y pensé:


            -  Yo podría ser como ellos… bueno, no tanto.  

5 comentarios:

  1. Lo primero que pensaba escribirte tras leer esta historia, era decirte ¡"Congratulaciones por esta nueva empresa tuya y que espero que la sigas nutriendo de tus escritos al lotijua!...Bueno, ya lo he hecho, pero lo que más se me viene a la mente decirte es que recuerdo cuando me contaste la anécdota que aquí describes tan soberbiamente y que siempre tuvo un espacio importante en mi memoria (¡Haz patria y pitéate un flaite!) Como sé que recién comienzas a armar tu blog, una humilde recomendación: acompaña tus textos de una imagen alusiva, para hacer más ameno todo. Por cierto, desde ahora en adelante pongo tu página como enlace recomendado en la mía.

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    1. Pues por cierto que es una historia real y digna de los más góticos desvaríos. Espera y podrás leer otras historias tanto o más horrible.

      Gracias por tus consejos y comentarios.

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  2. Cuidado, Mauri! Habló el bloggero consumado!! jajaja
    Me alegro que te hayas animado a compartir con el mundo tu tremendo talento!!
    Se te agradece muchísimo...(serán humildemente homenajeados, al ser utilizados como material de mis clases jejeje)
    Cariños

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    1. Gracias por tus recomendaciones, sabes que tu opinión se valora enormemente estas latitudes.

      Paz!!!!

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  3. Mi estimado, me alegró mucho saber que has iniciado tu blog, y con este buen cuento, basado en la más delirante vida real!! No sabes cuantas anécdotas micreras me recuerdas, incluso de mucho antes del transantiago. Hasta me motivaste a escribir alguna. Te felicito por tu blog. Tu amigo.

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